jueves, 29 de diciembre de 2011

Triste San Valentín: Como siempre, no se puede vivir del amor (2)

El amor es la excusa ideal que tiene la vida para convencernos de la importancia de  la reproducción y crianza de vástagos, como lo vimos en el post anterior. Por ello, otra característica diferenciadora de éste es que, una vez cumplidos sus propósitos de propagación genética, muta sustancialmente. 

En el caso femenino, suele  trasladarse directamente a los descendientes,  por lo que el antiguo depositario de sus fervientes pasiones pasa a ser completamente prescindible en el plano emocional, que no en el económico, que es, justamente, la manera en que evoluciona el amor femenino: Si tienes los medios económicos para brindarle a ella y a sus retoños el nivel de vida que sus atributos le merecen, convertirá esa antigua pasión en un amable desprecio, en una dulce costumbre, que te recompensará con sexo ocasional y regalos baratos por tu cumpleaños.


En caso del hombre, el amor no se trasladará, sino que se hará extensivo a sus herederos en primer grado, por quienes sentirá un ansia de protección proporcional al sentimiento que mantenga por su amada. A veces, el sentimiento de "superviviencia post-mortem" hará que se refleje en el niño y cree un sentimiento diferente por él, pero, por lo general, amará, cuidará y atenderá a los niños mientras su amor no se desvíe a una nueva (y generalmente más joven) fémina, en cuyo caso, el cariño por sus crías se irá agotando poco a poco (Y llegaría a desaparecer en caso la nueva pareja le obsequiara un nuevo hijo, por quién sintiera la identificación mencionada).

En Blue Valentine, la historia de amor se da entre un hombre que no cumple con los requisitos de macho reproductor de alta jerarquía:

martes, 27 de diciembre de 2011

Triste San Valentín: Como siempre, no se puede vivir del amor (1)

Ya en "500 Días de Verano" intuíamos que las historias de amor suelen ser más un fruto de la persistencia de uno de sus protagonistas (el poseedor del cromosoma Y, por las razones que expondremos en unos instantes) empeñado en superlativizar la relativa vulgaridad de un encuentro cualquiera con un miembro femenino de la misma especie, cuyo mayor atributo suele ser el hecho de haberle hablado cuando, en circunstancias normales, hubiera seguido de largo sin brindarle, siquiera, una mueca de desprecio. 

Esa cierta familiaridad (extraordinaria, es cierto; pero que no va más allá de la que pueda sentir por un cachorro feo) trastoca la psique de nuestro héroe, exigiéndole idealizar las cualidades mortales de su amada y, por tanto, divinizar el camino que debe recorrer para conquistar su corazón (entendiéndo corazón como órganos sexuales, aunque nuestro pobre bufón ardería rubicundo ante la sola mención de la carne). 

¿Pero qué pasa cuando lo consigue? ¿Cuando la historia no termina en un clásico "No eres tú, soy yo", o en un "Tú mereces a alguien mejor que yo"? sino en un matrimonio civil-religioso de plena validez, de los que brindan indubitables derechos sucesorios al consorte superviviente?

Eso es, justamente, lo que nos narra Triste San Valentín (Blue Valentine) y nos confirma que el único amor eterno es el amor de verano, por su imposibilidad de culminación práctica. Pero, para entender la evolución de los hechos narrados por la película, debemos hacernos la pregunta de toda la vida ¿qué es el amor?. Ahora mismo se lo explicamos, pues gracias a Ryan Gosling y Michelle Williams, por fin nos ha quedado claro. Y, como siempre, queremos compartir nuestra sabiduría recién adquirida, con ustedes:

Quinientos Días de Verano: No se puede vivir del amor



La película en Latinoamérica tiene el miserable título de “Quinientos días juntos”. Lo menciono sólo para cuando la vayan a pedir en su videotienda legal favorita, pues no pienso perder tiempo en repudiar semejante desatino y voy a tratar de superar la dificultad de escribir con la bilis que me sale por los ojos al haber reventado mi hígado de furia e iré directamente a lo que todos los lectores de Periódico de a China esperan ansiosos: que les cuente el final de la película.


Pues todo se resume en que no, el perdedor esta vez no se queda con la bella damisela. Aunque cabe aclarar que para hacer una cierta concesión a la audiencia, el protagonista termina buscando un trabajo decente que le permita algún día llegar a ser -al menos- miembro supernumerario del Opus. Fuera de este guiño a los viejos valores judeo-cristianos de toda película de bien (perdonable, por otra parte, puesto que se tiene que vender, y el hecho de mostrar a un fracasado que no tiene intenciones de cambiar es casi tan escandaloso como fumar en un filme hollywoodense contemporáneo), la película refleja fielmente la triste realidad emocional de la gran mayoría de varones pertenecientes (no cronológica, sino actitudinalmente) a la nefasta generación X.


Óiganlo bien: ¡Los hombres también creen en princesas azules! (Y no, no estoy hablando nuevamente de Avatar). A pesar del mito del macho latino que sólo ve a la mujer como un pedazo de carne, la realidad nos muestra que son muchos los hombres que realmente se pasan la adolescencia (es decir, el periodo comprendido aproximadamente entre los 13 y los 45 años) buscando al “gran amor de su vida”. Es cierto que tales personajes no suelen ser aquellos que están destinados a regir los destinos de la humanidad sino, más bien,frikis de toda calaña con distintos niveles de desadaptación social -como jugadores de Age of Empires, autistas o escritores.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Se acerca la Navidad:Yo quiero ser como el Mesías

Que Jesús haya sido una figura histórica real, es tan probable como que Humala vaya a implantar Pensión 65 de manera universal o que Nike cambiara esclavos por trabajadores en el Lejano Oriente. Sin embargo, ante la cercanía de las Pascuas nos adscribiremos al sentir popular y celebraremos el nacimiento de un tipo que, adelantado dos mil once años a su tiempo, llegó a hacer con su vida exactamente lo que yo quisiera hacer con la mía, pues, salvo por la regla de "Only boys", que no me tiene particularmente convencido (ya que aún no siento particular atracción por el amor que no hace distingos entre cromosomas X o Y), es absolutamente tentador pasarse la vida hablando de lo que te venga en gana (con alguna pequeña moralejilla final) para que tu grupo de seguidores -hambrientos de conocimiento pero analfabetos- piense que realmente tu compañía les esté sirviendo como un sustituto bastante competente de la educación regular. Porque claro, tú también eres un autodidacta de conocimientos variados en campos tan variados como la agricultura, la pesca,la artesanía en barro o los misterios teológicos del Padre. A cambio de tal dechado de cultura práctica, a tus discípulos no les importa perder sus mejores años dentro de la población económicamente activa, para dedicarlos a seguirte por el mundo viendote contrabandear licor en vasijas de agua y alimentando con un par de pescados y varias migajas a miles de hambrientos, como toda una Madre Teresa de Calcuta o una ONG cualquiera, justificando así todas las donaciones que no disfrutarán jamás -que ¡caramba!, tú eres el jefe y no vas a estar yendo por allí dando explicaciones-.