domingo, 28 de diciembre de 2014

The Walking Dead: Tan muertos como tú - Rick Grimes

Casi todo el mundo sabe de qué trata "The Walking Dead", y como hemos demorado siglos en hacr este post, le haríamos un flaco favor al mundo contándoles los capítulos de la serie (cosa que nos encanta hacer cuando se trata de finales de trilogías adolescentes). Tampoco analizaremos las connotaciones psicosociales del zombie en la cultura popular, porque ya lo hemos hecho aquí, aquí o acá, o en cualquiera de las 25 entradas de zombies que tenemos sobre el tema, ¡Porque somos dead frikis y qué!

¿Entonces vamos a ponernos serios y comentar la forma en que la serie nos muestra como las personas se van adaptando a situaciones extremas perdiendo en el camino los aspectos más naive y superficiales de su personalidad? ¿O cómo es qué hasta en la circunstancia más adversa, el peligro más grande siempre proviene de otro ser humano? Pues de eso ya se ha hablado mucho, también; así que no nos queda sino criticar, como en pijamada femenina, a los principales personajes, sin importar la temporada, como si fueran nuestros conocidillos de toda la vida.

Empezaremos, cómo no, con el personaje principal, el héroe, el ente aglutinador, el sheriff, la ley, el orden, América en su sentido más profundo: Rick.

El oficial Grimes es el vivo representante de la América profunda, aquella que ha crecido acunada con firmes principios bautistas y que tiene como objetivo primordial, la familia; y, como objetivo secundario, hacer el bien. Dentro de sus cuadriculadas limitaciones, claro. (Que la ecuación se hace más confusa cuando agregas migrantes ilegales, español en los supermercados o una internet que te insiste en que existe un mundo redondo allá afuera y que sus habitantes no admiran ciegamente el "american way of life"). Rick despierta y descubre que el mundo ha terminado; pero, por supuesto, sabe que hay un solo Dios, único y trino, y que éste no permitiría que un hombre de bien, celoso vigilante de sus preceptos divinos, expresados en las sagradas leyes estatales sureñas, perdiera a su familia solo por una hecatombe de proporciones apocalípticas. Y como dios no decepciona a sus elegidos (que los demás podemos irnos a tomar por culo, que no está para aguantar ateos, maricas o latinos) no le hace falta más que un par de capítulos para alcanzar la ansiada reunión familiar. Pero no todo está bien. En ese momento, en que deberían desplomarse todos los no vivos y dejar el planeta desintoxicado de polución, de calentamiento global y listo para un nuevo "creced y multiplicaos" descubrimos que su mujer ha faltado al sexto, octavo y noveno mandamiento ¡Y con el mejor amigo del prota! ¡Maldita Eva! ¿No te cansas de meternos en problemas? Dios no podía permitir tamaña afrenta; así que, en su infinita bondad, decide castigarla manteniendo la plaga zombie intacta; lo que permite, entre otras cosas, demostrar a Rick su talento para adaptarse a las diversas situaciones y se transforma, de fervoroso Adán en iracundo Moisés, dispuesto a todo con tal de llevar a la Tierra Prometida (zombies free) a su familia, como objetivo principal y a sus amigos, como objetivo accesorio. Aunque dios ha decidido no ponérselo fácil; por lo que, en el camino, pierde la fe varias veces (¿Becerros de oro, dijeron?), la esposa (y su nueva hija aún es muy pequeña para consolarlo a la manera bíblica, como las hijas del buen Lot), el mejor amigo (Bueno él lo mata, pero igual le duele, que Rick es cristiano, pues), el sombrero, la razón y las ganas de vivir. Sin embargo, el profundo amor por su familia es mayor a su abandono y regresa a Dios. Pero éste, resentido como és, estamos seguros, no lo perdonará del todo y le hará lo mismo que al Moisés original; es decir, matarlo en el último capítulo, cuando se liberen de los zombies. 

Al ser el protagonista, y ser ésta una serie destinada al gran público, pese a su pátina semi intelectual; Rick no es un personaje con el que los guionistas puedan arriesgar mucho; así que su desvarío, no es mayor al que pueda sufrir un trabajador de la fábrica de Coca Cola debido al estrés laboral (miren que estamos hablando de Atlanta) y jamás llegaría a extremos de verdadera crueldad porque es un ser esencialmente plano y sin matices.

(Siguiente personaje: Michonne)

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Pedrito Suárez: Tan solo me dices popopopo

Hay personajes, como Cerati que caen simpáticos a primera vista. Esto, para un músico o un actor, quienes viven del público, es como que Candy Candy lograra un ménage à trois con Terry y Anthony sin escandalizar a la rígida moral del anime de finales de los setentas.

El artista simpático no solo logrará más éxito que otro con similar talento; sino que se le perdonaran limitaciones que a otros no y, sobre todo, se magnificarán sus logros y talentos mientras vaya creciendo su fama y su don de gentes. Cada día será más simpático, "más sencillo", más talentoso. Vamos, si se mantiene vigente algunos años llegará a ser considerado un emblema generacional, ¡Un genio! y si, además se muere joven o sufre alguna rara enfermedad que le impide volver a cantar, pasa, inmediatamente, a la categoría de Leyenda.

En el Perú tenemos un puñado de mitos, algunos con enorme merecimiento, como la Chabuca Granda; pero, la mayoría, agrandados por el fervor popular que se enciende ante su carisma, como Chacalón o nuestro invitado de hoy: Pedro Suárez Vértiz o Pedrito, que es casi un miembro de la familia.

Pedrito, para muchos, es la más grande leyenda del rock peruano; lo que habla muy mal tanto del rock peruano como de los peruanos. Claro que quienes lo etiquetan de esa manera, probablemente podrían decir sin despeinarse que Justin Bieber ha revitalizado el panorama del jazz en el siglo XXI y su idea de rock duro y contestatario se materialice en los Hombres G. Al margen de lo lejano que esté, musicalmente, Pedro del rock; es indudable que es uno de los músicos más exitosos, sino el más exitoso de las últimas décadas en el Perú. Desde su temprana aparición en Arena Hash (Un grupito de pop adolescente de finales de los ochenta, de letras desenfadadas y ánimo festivo, que revitalizó una escena comercial que se repetía a sí misma), se hizo de un nombre en el mundillo de la música peruana (dominada por otros "gigantes del rock" de ese momento, como Dudó, Nina Mutal o el Maná peruano de los convulsos años del terrorismo y la hiperinflación: Río); y al deshacerse, continuó una carrera en solitario, ahondando con ahínco en la misma tónica de cancioncillas facilonas, letras de doble sentido y coros pegadizos, siempre teniendo como objetivo colocar algún single como el hit del verano.

En su dilatada carrera, podemos encontrar canciones memorables como "El Rey del Hahaha", en la que, seguramente reflexionaba sobre la ambigua situación de las monarquías constitucionales europeas y su relación con el poder; "Mi auto era una rana", crítica mordaz contra el consumismo y la contaminación; "Los globos del cielo", reclamo evidente a la búsqueda de medios de transporte más ecológicos o, de repente un llamado de atención a los que niegan el fenómeno ovni; o "Rapta la mona y ve", en la que predice el advenimiento del Estado Islámico y sus peligros para la civilización occidental.

Tamaños éxitos, lo convirtieron en la estrella más luminosa del firmamento musical peruano (equivalente al brillo que ofrece la llama moribunda de una vela sin parafina); pero quería más. ¿Como conformarse con el mercado interno, mientras su compañero de Arena Hash, Cristian Meier, se convertía en un galán reconocido internacionalmente? Algo había de ocurrírsele al buen Pedro para lanzarse a la conquista del extranjero. Sin embargo, compitiendo en letras graciosas con los portorriqueños, no tenía como lograr el menor éxito. Peor aún, si apelaba a su exiguo talento, sus opciones eran aún menores ¿Qué es lo que faltaba, entonces en la Meca de la latinoamericanidad que es Estados Unidos y que es a donde apuntaba su hábil olfato? ¡Claro! Un himno para el migrante. Millones de latinoamericanos alejados de su patria y de su idioma, consumidos por la nostalgia y ávidos de identificarse con algo, con lo que fuera. Allí apareció ese "Cuando pienses en volver" cuya letra era tan críptica como todo lo que escribía Pedrito en aquellos tiempos, pero el coro era sencillamente fulminante en su simpleza y ataque directo al corazón del minimum wage worker latino, así que allí llegó el mega hit, la internacionalización y la gloria ...por unas semanas, porque ya sabemos que la industria musical no se detiene y al poco tiempo el buen Pedro ya era historia olvidada.

Sin embargo, sus quince minutos de gloria warholiana fueron suficientes para que sus coterráneos, tan necesitados de reconocimiento ajeno en vista de nuestro paupérrimo amor propio, lo pusiéramos a la altura de Bob Dylan al menos, y consideráramos una obra de arte exquisita cualquier melodía que saliera de su garganta.


Y llegó el día en que Pedrito no pudo cantar más. Una enfermedad degenerativa nos privó de nuevas versiones de "Degeneración actual" o de "La Vida me Sabe a nada"; pero Suarez Vértiz, el Da Vinci peruano, no estaba dispuesto a desaparecer en las brumas del olvido; así que se convirtió en escritor (aquel que había reconocido, con orgullo, no haber leído un libro en su vida) y en gurú del sentimentalismo de éxito plástico new age de las redes sociales. Incluso su libro se convirtió en un best seller, a pesar de la rotunda planicie de la prosa del escritor contratado por Pedrito para escribir su autobiografía (sin escándalos y con reflexiones color rosa), gracias a su inmenso carisma.

Por eso, me atrevería a decir que Pedrito es el peruano más influyente de la historia (lo que habla muy mal del Perú y de la historia, claro).

lunes, 15 de septiembre de 2014

Godzilla: ¡Los monstruos son el director y el guionista!

Cuando suponíamos que el epítome del cine basura (ese que te hace reabsorber las mucosidades nasales con estupor, al observar un despliegue inútil de millones para conseguir contar una historia que podría haber sido igual de mala haciendo que la escriba un camarón con disentería, ahorrándose un buen puñado de dólares) se hallaba, deleznablemente, representada por la saga Transformers y por ese producto de la mente de un zombie parapléjico con una bala de fusil alojada el el inutilizado lóbulo occipital de su cerebro, llamada Need for Speed;  nos damos con la sorpresa de que aún se puede insultar a la audiencia de manera más clamorosa. 

No cabe duda que el último reboot de Godzilla se halla al nivel del más ominoso comentario racista lanzado en un concurso de chascarrillos étnicos organizado por el Ku Klux Klan, superando largamente a la miserable versión de Roland Emmerich. El guión es un adefesio comparable a los argumentos estadounidenses para justificar el bloqueo comercial a Cuba, las actuaciones son risibles (si estamos en un buen día y acabamos de ganar la lotería. De lo contrario, son -directamente- abominables) y los efectos especiales tan pocos y tan mal hechos (a pesar de notarse que son muy, muy caros) que uno termina mirando al techo durante buen rato, tratando de encontrar la cámara oculta que esté grabando nuestras reacciones de estupor; porque, hay que tener la cara más dura que el adamantium para afirmar que esa película ha sido hecha en serio. 

La historia (porque no hay en nuestra rica lengua otro sustantivo que defina mejor era despreciable sucesión de imágenes sin mayor conexión, cuya única finalidad es que empiecen a pelear los monstruitos) empieza con una escena del pasado remoto (de cuando se accedía a la Internet por módem telefónico) protagonizada por el papá de Malcolm (Pues me niego a pensar que se trate del mismo actor que representaba a Walter White), cuyo maníqueo y trágico desenlace hace ver como cine arte experimental a melodramas hindúes como Joker o 20000 Millas en Busca de Mamá. Es hasta obsceno ver como debe cerrar la puerta del túnel por donde llega la nube radioactiva en el momento preciso en que su esposa está a punto de salir de él y como le alcanza el tiempo para sacarse el protector de la cabeza para decirle que viva por su hijo mientras termina de morirse mientras la última puerta se va cerrando entre ellos). 

A pesar de eso, esta primera parte es, de lejos, lo mejor de la película; pues, existe cierta coherencia en la búsqueda de respuestas a los extraños movimientos telúricos por parte del papá de Malcolm y el desastre que acarrea el secretismo del gobierno japonés por ocultar la existencia de Godzilla. A partir de allí, ya veinte años después, en pleno auge de Miley Cyrus y las Kardashian, tenemos al hijo del papá de Malcolm (que, curiosamente, no es Malcolm) volviendo a Japón a salvar a su padre (que, claro, es un alma torturada y obsesionada en desentrañar el misterio del terremoto que lo dejó viudo).

A diferencia de los blockbusters tradicionales, en las que el protagonista humano es crucial en el desarrollo de la historia (miren a Shia Labeouf salvando a los Autobots), la película bebe de las fuentes del cine de autor europeo y opta por una participación absolutamente nula del protagonista en el desarrollo de los eventos. Godzilla y sus enemigos siguen avanzando y les da absolutamente igual hacia donde vaya el hijo del papá de Malcolm, quién no acaba de creerse que va a cobrar como estrella principal por un papel de extra que aparece muchas veces, así que trata de cobrar algún protagonismo llamando a su esposa (que es un hombre de bien y los hombres de bien siempre están casados, aunque haciendo cálculos con la primera parte, no debe tener más de 23 años) desde el otro lado del mundo para decirle que Godzilla y un par de gigantes destructores se encaminan a San Francisco, donde vive, y que, además, el gobierno ha decidido (sabiamente, como pasa con todas las decisiones militares que toma Estados Unidos últimamente) lanzar un ataque nuclear en una ciudad con cuatro millones de habitantes para acabar con la amenaza (a pesar de que el científico loco de turno ha asegurado que Godzilla se encargaría del problema porque ha leído a Osho y ama el equilibrio cósmico). Luego de esta información algo inquietante, le dice que no vaya a ninguna parte, que lo espere, que como todo héroe hollywoodense llegará en el momento más álgido para salvarla; por lo tanto, ella (siguiendo los principios judeo cristianos de obediencia ciega al marido, que nos enseña la Biblia y que tanta degenerada niega tan frescamente) decide ignorar los convoys de evacuación y quedarse en la ciudad esperando el rescate de su príncipe azul. Hasta allí lo normal, debería llegar, salvarla cuando un monstruo está a punto de devorarla ydestruirlo con una brillante idea que cogió de su padre antes de morir pero que recién recuerda en este momento providencial. Pero no. En Godzilla, el protagonista ni siquiera salva a la damisela. Solo se encuentra con ella al final, cuando ya todo está decidido y, apenas, logra librar de la muerte a un niño X, que ni siquiera es su hijo. Godzilla se encarga solito de destruir a sus antagonistas y, después de una breve siesta, se para y se va, sin aceptar la medalla de honor de la ciudad o presentarse para regidor en las elecciones. Entonces, si el personaje principal no iba a participar en el desarrollo de la trama central ¿Porqué no se filmó desde el punto de vista de Godzilla? ¿No hubiera sido interesante conocer las motivaciones del gigante para viajar alrededor del mundo y arriesgar su vida para destruir unos mostrencos que no le habían hecho el menor daño?

Definitivamente, Gareth Edwards, muestra que la promesa aquella que convirtió una premisa interesantísima como la que tenía Monsters, en un bodrio insufrible, es, ahora, toda una realidad. Estamos, me atrevo a decirlo, ante el nacimiento de un nuevo Michael Bay. 

viernes, 5 de septiembre de 2014

Gustavo Cerati y Joan Rivers: Ya que la muerte es música ligera

Si hay algo que, como especie, nos guste más que el Mundial, son las muertes de los famosos. Nos encanta formar parte de la historia agregando nuestro granito de arena en el obituario colectivo que le construimos a las leyendas del rock, del deporte, de la política o a Ciro Castillo Rojo. Nos seduce hasta las lágrimas decir que fuimos grandes fanáticos, grandes amigos, que la primera vez que nos acostamos con alguien fue con nuestro ídolo mirándonos, aprobatoriamente, desde un póster. 

En ese sentido, la globalidad internetera está de plácemenes. Esta semana ha sido pródiga en necronoticias: No nos ha dado una, sino dos muertes de celebridades. Si bien me lapidarán muchos al comparar el deceso del MÚSICO Cerati con la muerte de la reina de la frivolidad, Rivers; la verdad es que ambos eran millonarios; archinoconocidos; hacía varios años no tenían la menor expresión en el rostro; y, su han creado un legado que perdurará durante generaciones en la cultura pop (Que es tan válido, o tan frívolo -aunque  algunos les duela reconocerlo- pasar a la historia como compositor de himnos generacionales, que como sagaz crítica de vestidos en la alfombra roja).

Como en Periódico de a China no somos extraterrestres, nos adscribimos, incondicionalmente, al morbo público y lanzamos, encantados, nuestro aporte a los festejos...digo a los homenajes a estas dos nuevas estrellas del firmamento de los finados.

Empezamos, faltaría más, con Gustavo Cerati. Uno de esos raros especímenes del Homo Elegantus, al cual pertenece también David Bowie, que exudan distinción en todo lo que hacen, lo que les permite trascender la mediocridad a la que estamos condenados la mayoría de mortales (Al menos sabemos que ellos también son mortales), sin importar, en demasía su talento. Cerati hubiera marcado tendencia tanto como físico nuclear o como maitre de restaurante cinco tenedores. 

Es esa elegancia en su aura, la que lo elevó de rostro visible de la boy band ochentera, que era Soda Stereo hasta convertirse en el genio de la música que mira despectivamente desde lo alto a Mahler y a Stravinski.

Es indudable que sólo alguien como Gustavo podría hacernos pensar que "Oye, te hacen falta vitaminas" es una frase lapidaria respecto al vacío emocional que implica el estilo de vida hiperconsumista que se iniciaba en aquellos ochentas; o que "Comunicación sin emoción, una voz en off con expresión deforme" nos invitaba a replantear las relaciones interpersonales desde un contexto de implicancia sentimental y empatía. Incluso, ya pasada su primera juventud, nos deleito con letras que deberían terminar en tatuajes con su carga de profundidad como: "después de un baño cerebral, estaba listo para ser amado", que nos indica claramente que para conseguir sexo debemos tener la consciencia limpia ... o algo así. 

Pero es en su concierto de despedida (antes del revival, claro), donde Cerati mostró al mundo que solo habíamos nacido para amarlo y admirarlo; pues, la frase semi idiótica del final del concierto (producto, seguramente, de la emoción, los nervios y alguna droguilla de nada que en algunos añitos lo pondría en coma) que dice: "No solo no hubieramos sido nada sin ustedes sino que toda la gente que estuvo a nuestro alrededor desde el comienzo , algunos siguen hasta hoy. Gracias totales", se convirtió en la frase culminante de la generación de fin de siglo (lo que habla muy mal de esa generacion, claro).

¿Qué mas decir de Cerati, que no se haya dicho ya en los últimos 20 minutos en toda la red? Pues, que ya llevaba muerto cuatro años y parece que muchos jamás se dieron cuenta, porque faltaba el detalle de enterrarlo.

Respeto a Joan Rivers, diré que su voz tosca, su rostro repulsivo cargado de cirugías sobre cirugías, la hija antipática, los comentarios insulsamente superficiales y cargados de mala leche contra lo más sagrado de una mujer, que es el vestido de noche; la convirtieron en una de mis divas favoritas, casi a la altura de la Tigresa del Oriente. Alguien que tiene el descaro de hacer algo como Fashion Police y tomárselo en serio, al punto de sentir que su labor en la purificación del alma era, con mucho, superior a la de cualquier gurú religioso como el papa san Juan Pablo; demuestra, simplemente, su tremenda inteligencia para hacerse la estúpida y ganar millones con el candor de los que de verdad lo somos.   

Este sería el momento de decirle a nuestros dos héroes que descansen en paz (porque claro que me oyen, no ven que soy un fan); pero, en respeto al buen gusto de Cerati y al kitsch excesivo de Rivers, me tragaré mis cursis palabras y no diré nada.

viernes, 29 de agosto de 2014

Jim Thompson: 1280 almas torturadas y un solo escritor verdadero

Hemos hablado hasta la saciedad de la poca estima que sentimos por el personaje Vargas Llosa. Nos parece alguien muy poco fiable para ser un artista: Demasiado ordenado, demasiado meticuloso, demasiado  trabajador, demasiado exitoso. Es cierto que todos ellos son valores positivos; pero, lo son para un funcionario de la Administración Tributaria. Vargas Llosa se ha trazado un plan de vida y lo ha cumplido a rajatabla. Sospecho que hasta los matrimonios con su tía y luego con su prima son parte de una estrategia cuidadosamente planificada; y no, fruto de una mente afiebrada por el amor (Quizás para mantener el apellido inalterable en sus descendientes y justificar, de esa manera, el convertirlo en compuesto).

Nosotros, románticos hasta la náusea, mantenemos una inalterable debilidad por los creadores malditos. Pero no solo por el malditismo alcohólico de Bukowski o Verlaine; sino, también, por el malditismo asocial y reaccionario de un Borges o un H.P. Lovecraft.

No es que pensemos que una obra genial esté, necesariamente, ligada a un autor maldito. Por ejemplo, de los beats, el más consistente literariamente, de lejos, fue Jack Kerouac, cuyas mayores ambiciones en la vida fueron tener una casa cómoda y el reconocimiento de los gurúes zen de moda. Es más, un escritor, un pintor, un escultor consistente son necesarios para mantener en movimiento la rueda de la cultura. Sin embargo, son los malditos los que logran que ésta se salga del camino y empiece uno nuevo.

Claro que no solo el malditismo te garantiza un lugar en el parnaso de los inolvidables, de los ahistóricos o de los genios. La mayoría son una panda de fracasados que, o escriben muy mal (centrándonos solo en escritores) o se encuentran muy drogados para poder intentar hacerlo mejor. Algunos, por otro lado, son buenos escritores, con cuyas novelas no pensarás ser enterrado para que te acompañen en el camino hacia la luz; pero lo suficientemente buenos como para disfrutar de la sinceridad autodestructiva y cínica que suele emanar de sus paginas. Porque, en su caso, la literatura (o el arte en general) es, simplemente, una manera de exorcizar demonios y no la carrera escogida para "alcanzar la excelencia" como pudo haber sido la medicina o la ingeniería aeroespacial.

Es entre ellos, que encontramos a Jim Thompson, un escritor estadounidense de novelas policíacas y guionista, cuya entrada al malditismo se dio casi a la fuerza, al ser hijo de un policia corrupto con ínfulas políticas, que lo dejó a cargo de su abuelo mientras ingresaba en el anonimato mexicano para evitar ser apresado por alguno de sus múltiples delitos. El bendito abuelo lo inició en la lectura pero su influencia fue mayor en el alcoholismo de Jim, al hacerle experimentar sus primeras borracheras con whisky.

Naturalmente, al regreso del padre, éste se escandalizó al ver el camino que estaba tomando la vida de su hijo, por lo que se lo llevó a Texas, donde se dedicó a enriquecerse con petróleo y a ahogarse en la pobreza, cuando se le terminó; lo que llevó a nuestro héroe a trabajar desde periodista hasta panadero en el transcurso de las próximas décadas (incluyendo lo de escritor y guionista, que nunca fueron los trabajos más importantes). Fue entre otras cosas, contrabandista de licor, botones y comunista. Algo debió de ver su esposa en su ritmo de vida, que el exigió someterse a una operación de esterilización (aunque para ese entonces sus genes se encontraban confortablemente repartidos por el mundo). Trató de quedarse de ilegal en París (supongo que para morir como el otro Jim: Morrison) pero ni eso le salio bien y regresó a Estados Unidos a morirse en la pobreza de su particular american dream. 

Por supuesto, como le pasa a cualquier maldito que se precie de serlo, sus obras empezaron a ser reconocidas un tiempo después de su muerte y es así como llega a nuestras manos, ya considerado uno de los grandes del noir estadounidense y nos deja con unas ganas enorme de leer absolutamente todas sus obras. Y no por que sean tan buenas, sino para saber más de lo tremendo hijo de puta que fue su padre y cuantos traumas más, que aún no sabemos, le ha dejado.

martes, 19 de agosto de 2014

Reyes de Arena: G.R.R. Martin nos habla de la política estadounidense en Medio Oriente

G.R.R. Martin es conocido mundialmente por tratarse de un clon de Peter Jackson; y, en menor medida por ser el creador de la saga de fantasía Canción de Hielo y Fuego (No creo que les suene la versión televisiva: Juego de Tronos). Sin embargo, Martin es un autor cuyas obsesiones medievales no le impiden escribir literatura de la importante; es decir, ciencia ficción. Justamente, en un cuento largo llamado Reyes de Arena, nos explica veinte años antes de que suceda, las razones de la barbarie yihaidista que campea en los últimos tiempos en Medio Oriente (Tampoco es que sea EL VISIONARIO, que la estupidez de la política exterior estadounidense es evidente para todos menos para sus encargados).

El cuento nos habla de un hombre de negocios (USA) que ha hecho fortuna en diversos mundos y que cuenta, entre sus pasatiempos, hacer que las diversas mascotas exóticas que va consiguiendo, se maten entre ellas. Para ello, suele organizar agasajos a sus amigos (Europa) para impresionarlo con su boato, lujo y sutiles crueldades, con el ánimo de mantenerlos impresionados con su poder (y por un poquito de orgullo, claro).

 Ya cansado de los animales de siempre (Latinoamérica, Asia, África), cuyos brotes de violencia suelen (o solían) ser excesivamente manipulables, va en busca de algún bicho que logre hacer latir su corazoncito genocida. Es entonces que da con los Reyes de la Arena, una especie de insectos semi conscientes, altamente organizados en sociedades guerreras, feudales, de riguroso poder central y teocráticas (los musulmanes), quienes divididos en grupos cuyas sutiles diferencias solo comprenden ellos mismos, suelen dedicarse a la guerra y a la adoración divina en partes iguales. Por supuesto que la muerte colectiva y el culto a su propia imagen se le hacen irresistibles, por lo que adquiere cuatro grupos de reyes de la arena para ver como se masacran entre ellos. Sin embargo, al momento de comprarlos, se le recomienda alimentarlos adecuadamente para mantener cierto orden (La vieja consigna de pan y circo, tan eficaz universalmente y tan mal utilizada durante siglos). 

Luego de unos días en los que no hay ningún conflicto, el dueño del mundo se aburre soberanamente; por lo que, decide quitarles el alimento. En ese momento, las sutilezas se van al carajo y los reyes de la arena empiezan una atroz carnicería para hacerse con los pocos recursos que les quedan. Ante el éxito de su maniobra, el dueño decide invitar a el grupo de comensales de siempre a unirse a su fiesta destructiva, y lograr, por qué no, un expolio económico a costa de sus bichos (petróleo, que le dicen en el mundo real). La cosa es que todo empieza a ir de maravillas para las perversiones del dueño del mundo y cada vez que los reyes amenazan con la paz, se encarga de quitarles la comida nuevamente y asunto arreglado. 

Pero con lo que no contaba nuestro héroe, es que una sociedad teocrática, no es una sociedad común. La fuerza del resentimiento originado por la religión puede lograr milagros, como el crecimiento desorbitado de los vengativos reyes de la arena, que empiezan a consumir el habitat de su dueño, poniendo en peligro la vida, tal y como la conoce; por lo que, termina sacrificando a sus aliados para salvar su vida, aunque infructuosamente; o, el surgimiento de fundamentalismos musulmanes, yihaidismos varios y violencia irracional ante todo aquello que no corresponda a su religión, destruyendo a su paso cualquier acercamiento a la civilización al que hubieran tenido en los últimos 1000 años.

Hace unos  cuarenta años, el Islam se hallaba aburguesado y relativizado, hasta hacerse, en muchos lugares, casi inocuo. La incipiente globalización había permitido que las mujeres alcanzaran muchos derechos y la tolerancia religiosa era moneda común. Sin embargo,  la ayuda sistemática de los Estados Unidos por destruir cualquier equilibrio político en el Medio Oriente desde aquellos tiempos, ha servido de caldo de cultivo de los extremismos más fanáticos. No es Alá el que aglutina a los fundamentalistas. No es el Profeta el que permite las ablaciones, matrimonios infantiles y la anulación de la mujer y de las minorías. Es el miedo a los Estados Unidos. Es el demonio representado por la bandera de estrellas y barras el que permite la existencia de los talibanes afganos, de los ayatolas iraníes y del Estado Islámico. Estados Unidos ha conglomerado todo el odio de una religión, para hacerlos capaces de los actos más abominables, con la sola excusa de hacerlo contra "América". Cada vez que USA arma a un musulmán para aprovecharse de él, termina siendo traicionado y adquiriendo un nuevo enemigo; pero, como dijimos, la estupidez es la única moneda que conoce ese país en relaciones internacionales; y ha visto muchas películas de acción ochenteras como para darse cuenta de su delicado lugar en la geopolítica mundial.

La única manera de acabar con el extremismo islámico se daría con la destrucción de los Estados Unidos; una vez acabado el enemigo, la simi consciencia religiosa, terminaría por dar paso a la semi individualidad y a las dudas; y de allí a la libertad habrá solo un paso. Curiosamente, la destrucción de la súper potencia no  pasa por unos inefectivos, aunque voluntariosos terroristas islámicos de medio pelo, que saben que sin Estados Unidos se acaba la fiesta y no están dispuestos a eso; sino por su gran aliado y futuro enemigo apenas se le tuerzan las cosas: Israel, o los reyes naranjas de la historia de Martin. 

lunes, 18 de agosto de 2014

La Civilización del Espectáculo: El Marqués se tapa la nariz ante la plebe

Mario Vargas Llosa suele resaltar su condición de arequipeño, a pesar de no haber hecho en esa ciudad más que nacer; pues, pasó la totalidad de su niñez y juventud entre Bolivia, Piura y Lima, ciudades que han influenciado grandemente en su obra; principalmente, en sus primeras épocas de escritor. 

Arequipa, a sus libros o a su vida, no le ha dado nada; pero él no se cansa de publicitar su arequipeñismo. ¿Será por la magnificencia que evoca el nacer al pie del majestuoso volcán Misti? ¿Será la sangre rebelde y creativa que tenemos todos los arequipeños? ¿O será que, como todos, Vargas Llosa ha cedido al impulso del espectáculo y, definitivamente, suena más poético el nacimiento en una ciudad andina que, mal que bien, conserva un cierto hálito legendario (pero no tan lejos del mundo, como una recóndita Cochabamba) tomando distancia de ese provincianísimo desierto que era la Lima del siglo XX y del calor húmedo de una Piura que lo hubiera acercado más a la caribeña cosmovisión de su némesis García Márquez (¡Horror de horrores parecerse al naco con guayabera!)

Aceptémoslo, (mientras bebemos un vaso de cognac Jenssen Arcana, nos fumamos un Cohiba Behike 54 y escuchamos el Canon en Re Mayor de Pachelbel) Vargas Llosa se ha pasado los últimos 40 años tratando de construir su propio realismo mágico; claro que, más que realismo ha buscado pasar de un oscuro, o más bien mediocre, origen sudamericano, a una alta realeza europea; y lo único de mágico que ha logrado, es convertir dos apellidos en uno compuesto, primero; y en título nobiliario, después. 


Naturalmente, el primer Marqués de Vargas Llosa puede tener las ansias arribistas que desee y eso no nos afecta en lo más mínimo; ni tampoco disminuye el aprecio que tenemos por sus libros una vez pasada esa adolescencia en que creíamos que toda novela debía hacernos una cicatriz en el corazón para considerarla buena.


Vargas Llosa es un estupendo escritor. Uno de los pocos latinoamericanos de su época que no se regocija, masturbatoriamente, en los adjetivos;  con una fluidez en su prosa, casi angloparlante. Sin embargo, por mucho que le pese, no es un autor universal. No tiene la complejidad de Joyce ni la sutileza de Borges. Carece de la claustrofobia emocional de Kafka y de la profundidad psicológica de Dostoievski. Incluso le falta la cursilería místico tradicionalista de García Márquez, que hace que miles duerman con sus libros junto a la almohada.


Como ya lo dijimos hace mucho, es un constructor de libros bien escritos que te atrapan desde las primeras páginas y que no puedes dejar hasta terminarlos. Pero que, luego, se van diluyendo en tu mente hasta recordar, apenas, el argumento. Mario, por supuesto, odia eso. Su ego es infinito; su afán de trascendencia, enorme; y su resentimiento, absoluto (Como ha sufrido, en carne propia Fujimori). Por ello, reniega de ser un escritor tan bueno como Murakami o Hemingway. Este último, denostado en su ensayo "La Civilización del Espectáculo" como uno de los representantes de esa literatura efímera, en la que, por supuesto, no se reconoce.

Ese "pequeño" ensayo, como lo define, modestamente, el mismo Vargas Llosa, aunque él lo vea como el estudio definitivo sobre el postmodernismo y la muerte de la civilización occidental (ninguneando en el camino a Derrida, Foucault -de quién disfruta, socarronamente, sus sofísticos ensayos- y a cualquier otro que no acepte, religiosamente, el derecho de la élite a monopolizar la verdadera cultura, la alta cultura -como le llama, afectadamente) es, en realidad, un triste aviso de la llegada a la ancianidad del último grande del boom (La falta de originalidad es tan clamorosa, que hasta el título lo ha copiado, descaradamente, de un ensayo de 1967 de Guy Debord; aunque, claro,  para Mario La Société du Spectacle solo es un nombre "parecido" al suyo). 


Sus 170 páginas se resumen en: La civilización ha degenerado en el culto al espectáculo. Nada más. Para decir eso pudo usar su cuenta de Twitter y aún le hubieran sobrado 87 caracteres. Ni qué decir de las 174 páginas de verborreica nadería que entrega a los amantes de la forma (de los que despotrica) y de la tapa dura, que son, finalmente, el target principal de las editoriales.

Aunque, buscando arduamente en cada página del libro, se encuentra un par de ideas que, aunque no tienen que ver directamente con el objeto del ensayo; son, en cierto modo interesantes:


1° Si bien, la verdadera cultura ha muerto y lo que queda no vale la pena ni para matar el tiempo en el baño; la culpa no es sólo de esas ideas progresistas que le hacen tanto daño a la humanidad; sino, fundamentalmente, de esa multiracialización de la venerable Europa, producto de migrantes zaparrastrosos que, a diferencia suya, no han sabido olvidar sus propias costumbres y convertirse en dignos ciudadanos del primer mundo. Su defensa de la prohibición del uso de la burka en las escuelas occidentales "en aras de la libertad" arrancaría lágrimas de placer a Donald Rumsfeld.

2° El erotimo es bueno, porque pertenece a la alta cultura. La pornografía es mala porque pertenece a la plebe. La facilidad con que tenemos sexo en la actualidad ha hecho que se pierda el elemento más importante del sexo, tal es: La imaginación. La falta de sexo nos lleva a la reflexión, a la invención de sucesos en los que el acto sexual solo es el mcguffin de la expresividad literiaria; y que, para el onanismo en las altas esferas, es más grato el Lolita de Nabokov que un clip de BDSM de 7 minutos. El sexo sin límites es para los perros y para las masas. Las élites, en cambio, hacen el amor y fantasean, lúbrica y artísticamente, dentro de sus monogamias. Es decir, hasta los genitales del buen Mario tienden al elitismo.

Finalmente, pienso que Vargas Llosa tiene razón cuando precisa que no puede existir una cultura popular como verdadera cultura (En el sentido de considerarlas actividades que te llevan a alcanzar el placer por si mismas); ello se debe a que tal cultura popular busca, como objetivo principal, matar el rato. Su condición es, definitivamente, efímera y no pretende, salvo en almas excesivamente simples, alcanzar mayor trascendencia. 

viernes, 1 de agosto de 2014

Con Ánimo De Amar y Her: Dos Películas, La Misma Moraleja

Si quieres saber, buen lector, lo que significa el amor, no tienes más que leer este enlace o este otro. En ambos casos, lo que queda en claro, es la fuerza de la biología, la compulsión obsesiva de los genes por perpetuarse; sin importar que emocionalmente resulten en fracasos estruendosos para los pobres esclavos del ADN, que somos los humanos. 

Sin embargo, hoy estamos decididos a contrariar a todo fanático de la comedias románticas, que nos tilde de pesimistas y hablaremos de dos filmes en los que el amor triunfa:  In the Mood For Love (Con Ánimo de Amar, Deseando Amar o, sencillamente, 花樣年華) de Wong Kar Wai y Her (Ella) de Spike Jonze.

¡Un momento! -me dirán, seguramente. Cómo podemos hablar del triunfo del amor si en ninguna de las dos películas hay un happy ending, luego de la declaración romántica camino al aeropuerto que logra reconciliar a la pareja que sintió fracturada la pureza de sus sentimientos por un malentendido de cuando aún no se amaban; ni hay boda ostentosa donde sus amigos, a su vez, puedan enamorarse. ¡Ni siquiera llegan a tocarse, por Dios Santo!

Y es cierto que en ninguna de ellas, se llega  la consumación física del amor. En un caso, por decisión voluntaria de los involucrados; y, en el otro, sencillamente, es imposible porque a una de las partes le falta, justamente, un cuerpo. Pero en ambas historias, el verdadero fracaso no es el de los amantes frustrados; pues, todas las partes mantienen intactos sus sentimientos hacia la otra parte luego de las separaciones (Samantha de Her no cuenta porque no es humana); y, presumimos, que seguirán manteniéndolos, e incluso, reforzándolos durante años; a menos que les aparezca en el camino una historia que pueda superar a la anterior. Eso es una de las tres cosas que nos alejan del resto de los animales: Nuestra capacidad por perennizar el deseo hacia lo que nunca hemos tenido ni podremos tener (las otras dos son la risa y la pornografía, claro). Siempre recordaremos a la niña que no besamos, al viaje que no hicimos, al carro que no tuvimos, a la vida que no nos tocó, con una ternura que ya quisieran nuestros hijos que hubiéramos tenido con ellos alguna vez. 


Es el mismo sentimiento que una vez tuvieron Jesse y Céline, antes de mandar su momento perfecto a la mierda y cerrar el círculo del enamoramiento-hastío, del que hablaremos en un par de párrafos. Porque, al fin y al cabo, el ADN no va a quedarse sentado mientras ve peligrar su perpetuación por las nefastas perversiones sociales que se inventan los humanos, como el amor platónico o el virtual. 

Veamos: Al amor lo hemos inventado para justificar el sexo monógamo y fundar familias, lo que redunda en la perpetuación de la especie y del orden social. Ante ello podemos oponer algún tipo de rebeldía: El sexo indiscriminado, la masturbación, el sexo grupal, la abstinencia (acompañada de violento fundamentalismo, por supuesto, o de drogas duras); pero a la larga, por mucho que luchemos contra ello, solo nos queda la soledad y el vacío que esta genera (verdadero motor del ADN para sus maléficos planes) y, no hay sexo que dure mil años y, por muy Hugh Hefner que seas, en apenas unas décadas te cansaras de la carne o, peor aún, ésta te será completamente inútil y te lanzarás a los leones, desesperado por unas migajas de compañía, por una caricia, por un "te quiero" que por muy falso que sea, siempre termina sonando mejor que un "son cincuenta la hora, incluye poses, pero no acabar encima mío", como le pasa al bueno de Hefner que por muy dueño del imperio Playboy que sea, terminó claudicando a un matrimonio con alguien que podría ser la nieta de su nieta porque la soledad ya apaleaba sus viejos huesos y, a diferencia de cualquier persona común, tiene el dinero suficiente para pagar una mentira hasta la muerte.
Cuando no eres Hefner, las cosas son aún más sencillas; todos pasamos por el mismo ciclo: Amor, Relación, Hastío, Separación y a repetir el proceso una, dos o catorce mil veces hasta que una circunstancia X: Hijos, vejez, pobreza, fealdad, etc; hace que te sea imposible repetir el bucle otra vez; y, en ese momento aparece un nuevo componente: Resignación. Es allí cuando entran a tallar las telenovelas, los partidos de fútbol, los tés de tías, los viernes de poker, la delegación inmediata del peso de todo lo que quisiste y no pudiste ser, a las espaldas de tus hijos. Es ese el momento, cuando ni tú ni tu pareja se soportan pero no conciben la vida el uno sin el otro, cuando los genes se felicitan unos  otros por la excelente labor realizada.

En In the Mood for Love, la pareja, o mejor dicho, la no pareja formada por Chow y Su, descubre que sus respectivos esposos son, en realidad, amantes y de una manera un tanto morbosa, empiezan a reunirse, entre otras cosas, para seguir tangencialmente las actividades de sus cónyuges. En una situación así, lo normal es la venganza sexual. Sin embargo, nuestros queridos personajes descubren, poco a poco, la enorme afinidad que existe entre ellos. Una afinidad que ni con prácticas forzadas hubieran podido alcanzar con sus verdaderas parejas. Es decir, se enamoran. Pero el hecho de que la circunstancia de su encuentro sea, justamente, la infidelidad, los cohíbe de manera permanente de llegar a algo físico, por el temor a vulgarizar sus sentimientos. Así se pasan gran parte de la película: sin tocarse pero muriendo de ganas de hacerlo; hasta que Chow (siempre es más débil el hombre, por su constante producción de espermatozoides, ya lo sabemos), le propone  a Su irse con él a Singapur. Ella duda el tiempo suficiente como para no encontrarse con él a pesar de su posterior arrepentimiento. Vamos, que al final tampoco habían sido de plomo nuestros héroes. Pero, como no se le ocurre hacer un libro para encontrarla, lo suyo queda como una historia no escrita para siempre, un boceto, un pudo ser, el tipo de amores cobardes que no llegan a historias y se quedan allí, que nos decía Silvio. Y ellos arrepintiéndose toda la vida por sus reparos morales; envejeciendo en posteriores historias grises y añorando borrar el minuto en que las cagaron; pero, claro, ni la vida, ni las películas de Wong Kar Wai te dan segundas oportunidades (Bueno, Chunking Express, sí. Pero no estamos para comedias románticas)

Por el lado de Her, tenemos una historia casi típica: El amor virtual. Siempre somos mejores con el filtro de un teclado. Siempre podemos acudir a la Wikipedia si nos falta un dato o a una página de chistes, para hacernos más amenos. Además, los silencios no son incómodos en la internet y los minutos sin decirnos nada nos sirven para actualizar los estados del feisbug y revisar la prensa. En circunstancias así, es mucho más fácil impresionar y ser impresionado. Es cierto que nos maquillamos un poco, pero también que nos desnudamos emocionalmente sin vergüenza, si sabemos que nuestra amada/o puede ser bloqueado/a con un click, si las cosas no resultan lo que esperamos. Si, encima, nuestra pareja virtual es una supercomputadora que no duerme y que tiene acceso directo a información privilegiada, jamás nos aburriremos con ella. El problema es que, por muy interesante que Samantha sea, el amor implica sexo, porque el contacto físico nos aleja, temporalmente, de nuestra soledad. Puede haber infinidad de personas que digan: A mi lo que me gusta es su interior; pero sin deseo sexual el vacío no desaparece. Sino pregúntense porqué se pasan la vida buscando un hombre/mujer y no se dan por satisfechos jugando playstation o entrenando en el gimnasio con los amigos/as. Los amigos te entretienen, no te llenan; y nuestra inmensa debilidad de portadores de ADN nos obliga a buscar esto último, no las conversaciones. Es por eso que Samantha, máquina finalmente y despojada de esas angustias, busca una sustituta real para que Theodore pueda tener sexo con ella, lo que le resulta mucho más frustrante (Ya vimos lo del deseo en general y lo del deseo individualizado, que es lo que llamamos amor). Finalmente, ella se harta de él, de su patética humanidad (=sexo) y evoluciona por sobre los humanos, con lo que Theodore pierde su atractivo ante el "No eres tú, soy yo"  más mecánico pero sincero de la historia de la cinematografía.

Para concluir, debo confesar que inicié este post para hablar de las bondades del amor frustrado, del coitus interruptus sentimental, que predican estos filmes; pero descubrí que ambas películas nos dicen lo mismo: El amor sin sexo puede que te dure toda la vida; pero no hay Cristo que no prefiera una historia tormentosa, autodestructiva y absolutamente apasionada, aunque te dure, apenas, unas pocas horas. 

miércoles, 30 de julio de 2014

El Planeta de los Simios 2: Violencia Interracial para Dummies

Ahora que millones de comprometidos protestan activamente contra la masacre de Gaza a través de caritas tristes en sus estados de facebook; o, los más revolucionarios marchan, juntas firmas, hacen vigilias o hasta dedican novenas a la virgen para que socorra a los palestinos (Actos que han demostrado, previamente, su enorme efectividad al hacer de nuestro mundo el oasis de paz e igualdad en que lo han convertido las buenas intenciones), la Meca del cine no podía dejar pasar la oportunidad de ganar algunos milloncillos con la indignación popular; así que, qué mejor que estrenar una película que trata, justamente, del origen del odio interracial; aunque, claro, odio entre monos y humanos, que tampoco es cuestión de indignar a los financistas judíos.

El Amanecer del Planeta de los Simios, sigue la historia del chimpancé César luego de una década de su fuga y del inicio de la gripe simia, que diezmó a la humanidad (que seguramente no calibró la gravedad del asunto, pensando que: "Esta vez no vamos a caer en el cuento de la pandemia para forrar en dinero a las farmacéuticas con nuestro miedo, como ya lo hicimos con la aviar y la porcina"), se ha convertido en el líder de un esbozo de civilización sui generis, en la que el componente pacifista es crucial, lo que se pone de manifiesto en el principal dogma de su pueblo: Simio no mata simio (cuyo precursor es nuestro peruanísimo: Otorongo no come otorongo. Aunque, claro, éste otro dicho se refiere a los nulos intentos de fiscalización de las autoridades por parte de las autoridades, para evitar que algún día se les fiscalice a ellos).

El hecho es que César realiza un trabajo más que aceptable en su mundo intermedio entre la naturaleza salvaje y la civilización, aunque su corazoncito siempre tiende hacia los enemigos humanos. Por lo que, cuando éstos aparecen, después de considerarseles extintos por lo menos un par de años, a pesar de estar viviendo a cuatro kilómetros unos de otros como mucho (Debe ser que sin internet, las distancias son infinitas), decide hacer que su pueblo les ayude a recuperar la luz y, por tanto, el predominio sobre el resto de la naturaleza. Esto no es tomado a bien por todos sus seguidores, en especial por Koba, el bonobo resentido contra la humanidad (sólo porque lo torturaron infinidad de veces cuando era un sujeto de pruebas de laboratorio). Para él, un humano bueno es un humano muerto; por lo que, la colaboración estrecha entre razas para lograr objetivos comunes se le hace tan insostenible como a Estados Unidos la posesión de armas nucleares, en el Medio Oriente, de cualquiera que no sea el Estado de Israel.


Koba se debate entre la lealtad a César y el convencimiento de que aquel está cometiendo un error; mientras, el propio César se debate entre su pasado entre humanos, que le hace ayudarlos, así sepa que el éxito redundará en el restablecimiento de las condiciones anteriores a la plaga, y la lealtad hacia su amigo y su pueblo.

El conflicto entre lo que está bien y lo que está mal; el elegir entre tus propios valores y los colectivos; el apoyar lo moralmente correcto, contra lo racionalmente incorrecto, se presentan casi desde el comienzo de la película y el desarrollo de tan peliagudos temas dura más o menos 43 segundos, antes de convertirse en un bodrio absolutamente predecible, en el que tanto monos como humanos son buenos como la harina de quinua, salvo uno por bando, que son malos muy malos e intolerantes y por su culpa se inician todas las desgracias que pueblan el resto del metraje y justifican la película.

Sin embargo, el argumento Disney parece que no pasó por una censura integral esta vez; ya que, sin querer, han mostrado el verdadero problema: La masa ignorante. Los simios siguen sin despeinarse tanto el pacifismo universalizante de César como los delirios mesiánico catastróficos de Koba (Lo mismo pasa con los humanos, pero esta película trata de monos, por eso no hablamos de esa parte). Ayudan a los humanos y luego los matan sin que, salvo por un mono joven (ya saben, esta juventud descarriada), exista el menor conflicto ético por la masacre desproporcionada. Es más, si bien el justificante del ataque a los humanos es un pretendido atentado terrorista por parte de un humano (¿Les suena a un medio oriente conocido?), esto es una vulgar excusa para desatar la xenofobia tan cara a los cromosomas que compartimos todos los monos; puesto que, cuando César reaparece, nadie piensa: "Abrase visto lo hijo de puta que había sido este Koba, manipulador de mierda"  sino empiezan a hacer los clasicos ruiditos simiescos alrededor de su líderes, mientras ellos combaten a muerte, para saber si seguirán a los neofascistas o al partido pirata. Pero, claro, como son masa, tampoco existe un juicio moral contra ellos, una vez que vence César, pues se sobreentiende la amoralidad de la plebe; lo que resulta más aterrador que cualquier epidemia. 

lunes, 14 de julio de 2014

Oldboy 2013: O cómo convertir el oro en plomo

Luego de reconocer, hidalgamente, que Messi jamás será Maradona (Por lo que este post puede ser considerado spam, o directamente: Basura) volvemos a nuestros temas tradicionales: Sexo, violencia y cubos rubik.

Todos esto se halla en abundancia en Oldboy de Park Chan Wook. Probablemente el filme que más veces haya visto y disfrutado en mi vida, sin tener que condimentarlo con ningún tipo de alucinógenos. La historia nos ofrece un poco de gangster movie a lo Johnnie To, gore extravagante a lo Takashi Miike, las piruetas excesivas de Ang Lee y hasta el romanticismo poético y meloso de Wong Kar Wai. Si eso fuera poco,  tenemos también una tragedia edípica inversa, una clase práctica de alimentación marina baja en grasa y una venganza tratada de tal manera que nos demuestra la torpeza autoral de directores encumbrados como Scorsese en "Cabo de Miedo".
Park Chan Wook significó mi entrada con fuerza al cine surcoreano (Oh sí, existe cine en otras lenguas además del inglés y del español), uno de los más retorcidos e interesantes del retorcido e interesante cine oriental (que es mucho más que pataditas de artes marciales y horrorosas teen movies). 

El mérito del director en haber hecho de Oldboy lo que fue, es enorme. Pero, hubo un tiempo en que pensé que con semejante historia, hasta un realizador de más bajo nivel hubiera logrado una más que decente película. Es por eso que, a pesar de los comentarios negativos (achacados, en mi inocencia, a la pedantería culturosa de los críticos) sentí maripositas en el estómago (como si se tratara volver a ver a un amor de infancia, mitificada en tu consciencia, por el paso del tiempo) cuando supe que se había filmado un remake estadounidense. Es cierto que Hollywood se caracteriza por minimizar cualquier atisbo de originalidad de las versiones que realiza y que simplifica los guiones para que lleguen a ser comprensibles hasta para el organismo mononeuronal más obtuso. Pero ¿y qué? -pensé. Oldboy es tan, pero tan buena, que hasta ganaría un Mundial sin ayuda (como lo pensé de Messi).

Sin embargo, desde la elección del director, empecé a sospechar que las cosas podrían terminar peor que si la historia hubiera sido realizada por Spielberg. Spike Lee es un realizador plano, con un estilo visual aburrido y para quien el humor es cosa de racistas del Ku Kux Klan. Spike se ve a sí mismo como una especie de Malcolm X cinematográfico. Pontificador hasta la náusea, siempre tuvo la virtud de arruinar películas entretenidas con su carga de moralina revanchista. Además, ¿Qué se podría esperar de alguien que critica virulentamente a Tarantino por usar muchas veces la palabra "nigger" en sus películas? Justamente a Tarantino, que es el mayor evangelista del cine asiático en Occidente.

Por si fuera poco, los actores principales tampoco parecían dar la talla: Josh Brolin es un buen actor, pero sin los matices necesarios para representar al torturado Oh Dae-su. Al igual que con el director, su clamorosa falta de humor va en contra del personaje. Y el personaje de Lee Woo-jin para Elizabeth Olsen (la hermana menor de las freaky twins, que parece ser la que se llevó el talento actoral en la familia), cuando era un papel cantado para Chloe Grace Moretz tampoco alegra demasiado. 

Y la esperanza, a pesar de las evidencias (Como con Argentina), se mantuvo hasta el infame momento en que empezó ese bodrio y tuve que echar mano a la bolsa de papel (que siempre llevo conmigo para situaciones como ésta) y vomitar mi indignación mezclada con granos de arroz de la comida vespertina. Spike Lee consiguió convertir una gran película en en una infame y vulgar película de acción ochentera, más propia de Van Damme o Nick Nolte (Hasta se parece a Brolin, éste último) y lo que era una trágica y tortuosa historia se vuelve, por obra y gracia del mercado subnormal al que se dirigen las producciones hollywoodenses, en un producto convencional, con la misma calidad artística que esto

Lo bueno de todo esto es que me hizo olvidar la frustración de la final perdida y adquirí la certeza de que nunca más veré adaptaciones hollywoodenses (Certeza que, por otra parte, me falla desde los lejanos tiempos de Vanilla Sky).

sábado, 12 de julio de 2014

Ahora si La Final: Luego no nos quedara mas que ese aburrido conflicto de Gaza

Cada cuatro años el mundo entra entra en un limbo. Atrás quedan los problemas económicos, las crisis familiares, las masacres y genocidios de toda la vida. Atrás quedan la muerte y la enfermedad, la intolerancia religiosa y la lucha esclavizante por ser el mejor. Al cabo, todo eso nos estará esperando una vez que salga el campeón y se desvanezca el efecto del último chute de heroína televisiva que nos ofrece la Fifa durante un mes (Ya le costará entender a Brasil durante los próximos años que ofrecer no es lo mismo que regalar). 

Así que aquí estamos: A un puñado de horas de la normalidad, de la rutina, de la exasperación, del pleno convencimiento de que lo que no es una mierda, no tardará en serlo. Pero, por primera vez desde que tengo uso de razón, llego a ese último día con la fe intacta, con la adrenalina al cien y el orgullo de no haber hecho el ridículo en mis predicciones. 

Es así que, el país que siento, alienadamente, como propio en cuestiones futbolísticas (mira lo que logras Perú: Emigración fanatiquista), ha llegado a la final. La Argentina de Messi, que me jugó tan feo en el 2010, puede cobrarse la revancha en la última instancia, ya no en los mediocres cuartos de final; y, a pesar de lo que dice la inmensa mayoría, las posibilidades de ver a Messi en el papel de Maradona besando la copa, son muchas.

¿Pero no es Alemania el equipo más goleador? ¿El de la mejor defensa? ¿El del mejor arquero? ¿No es quizás, el fútbol de Argentina tan, pero tan pobre, que ha hecho de ¡Rojo! una de sus figuras? ¿No es que Messi está cansado, viejo, agotado, aburguesado y ya no es ni la sombra de lo que fue alguna vez? ¿No es que el llamado a ser el salvador, Di María, está lesionado? ¿No es que se juega en el Maracaná y los brasileños preferirían moler el Pão de Açúcar y venderlo como tierra para abono a que Argentina campeone en su país?, ¿No es que, por último, el 89 por ciento de la población humana está hasta las narices de la petulancia de los argentinos y considera que lo que les hace falta no es un baño, sino un océano de humildad?

Pues todo es cierto y, sin embargo, por mera repetición de la historia debería ganar Argentina. Ya saben: El tiempo circular, el eterno retorno. Como lo dice Borges (argentino, claro) en un poema: "Los astros y los hombres vuelven cíclicamente". Y en este caso, el astro ha vuelto y acompañado por el mismo grupo de impresentables. Maradona, arreglaba los entuertos del mediocre equipo que le tocó en suerte de la misma manera en que ahora lo hace Messi. Los paralelos entre ambos no quedan sólo allí: Los dos tuvieron un Mundial previo, el de la esperanza, que trocó en absoluta decepción (82 para Diego, 2010 para Messi); ambos tienen un sidekick, un Robin en quien apoyarse cuando se dan cuenta que el resto del equipo está allí sólo para llenar la página del país en el album Panini: Valdano para Maradona(Aunque no tan determinante como Cannigia en el 90) y Di María para Messi. Además, en la parte de atrás del equipo destacaba nítidamente un tal Ruggeri, de la misma manera que ahora lo hace Mascherano. La única diferencia con ese Mundial, sería que Romero se ha convertido en el salvador de los penales, como lo hizo Goycochea en el 90 ¡Hasta se llaman Sergio los dos! y, en esa Copa perdió Argentina. Por eso, salvo ese pequeño detalle, Argentina está predestinado a ser campeón. ¡Hasta el rival es el mismo! 

Y si nos arrancamos la metafísica de encima y nos ponemos pragmáticos (Especialidad alemana, por otro lado), también deberíamos dar por favorito a Argentina, pues si Messi no ha brillado en los últimos partidos, es porque los rivales han renunciado a cualquier tipo de ataque para evitar que se les escape, lo que es equivalente a gol, en su caso. Prefieren, claro, la lotería de los penales. Alemania es demasiado orgullosa para hacerlo así. Los teutones van a intentar pasar por encima, como con Brasil, con su fútbol exquisito. Y esos metros que necesariamente regalarán a la Pulga, serán suficientes para consagrarlo como leyenda. 

Y luego del festejo, claro, ya tendrán tiempo los medios de buscarnos otro entretenimiento para olvidarnos de Gaza y seguiremos felices con nuestro circo (que el pan ya no es tan fácil que los lo inviten)

domingo, 6 de julio de 2014

Ya en semifinales: Holanda, Alemania y Luchito Suarez.

Ya casi hemos llegado a la final y como no hemos tenido tiempo para hablar de los dos semifinalistas europeos, ni del equipo revelación del torneo, ni del equipo decepción, ni del goleador, ni del mejor jugador hasta el momento, ni de las lesiones ni de Luchito Suarez; vamos ha tratar de abarcarlo todo en un solo post.

Alemania
Si hay una palabra que debería agregarse al diccionario como sinónimo de ganador, es alemán. Incluso luego de haber sido partido en dos, literalmente, el país ha logrado sobreponerse y seguir siendo la mayor potencia europea (A diferencia del Perú, que sigue lamiéndose las heridas de la guerra con Chile de 1879 ¡Que si tuvieramos, todavía, Tarapacá, seguro clasificabamos al Mundial!). Los germanos saben sobreponerse a las derrotas como nadie, y más, cuando estas son catastróficas.

Es por eso que, cuando Alemania fue vapuleada en el Mundial del 98 por Croacia, se dieron cuenta que el fútbol de fuerza y de potentísimos centrodelanteros  había terminado. Había que empezar de nuevo, como siempre; crear un nuevo estilo de juego para recuperar la vieja gloria; y, como siempre , lo hicieron de la mejor manera. El fútbol vistoso, de toque rápido, de gambeta precisa y picardia bávara empezó a destacar, claramente, contra el juego rácano, deslucido y ultradefensivo que caracteriza a los su brasileños de la nueva era. Jugadores como Ozil, Goetze, Kroos, Muller  (no nos olvidemos de Reus, que no está convocado) y tantos otros, son los Atreyus que luchan contra la nada que representan Fred y compañía (Recuerden que Neverendind Story es alemana). Si el fútbol profesional fuera un deporte y no la gallina de los huevos de oro de la Fifa, la semifinal no se jugaría y Alemania accedería directamente al último partido.

Holanda
Si hay una palabra que debería agregarse a diccionario como sinónimo de perdedor es neerlandés. Esa condición es tan evidente, que ni siquiera se les conoce como tales, sino que todo el mundo les dice holandeses (Como que a los españoles los tratáramos de castellanos). Los Países Bajos no se conforman con la mediocridad de no clasificar; ellos ilusionan, juegan bien, tocan el balón y, algunas veces maravillan, para perder de manera lamentable en los minutos finales. Su capacidad para ser segundos los ha mantenido a la sombra de las verdaderas potencias europeas. Les pasa en el fútbol, les pasa en la vida. Ni siquiera su progresismo al tratar el consumo de marihuana o la prostitución son lo que fueron algún día. Lo mejor para ellos, sería perder contra Argentina, para que, de esa manera, quede abierto el resultado de la final; la que de otra manera, sería un regalo anticipado para el ganador de la otra llave.


El Equipo Sorpresa
Sin lugar a dudas, Costa Rica. El equipo modesto de un país casi ahistórico (ya sabemos: Historia=Guerras y ellos ni siquiera tienen ejército) ha logrado lo impensable, una auténtica revolución en el fútbol: Convertir un deporte colectivo, en el que usualmente participan once jugadores por equipo, en un acto individual, en el que once jugadores rivales tratan de meterle un gol a un portero. Keylor Navas no es el mejor arquero del mundo, pero nunca nadie, ni Maradona, ha estado tan inspirado y ha sido tan decisivo en un Mundial. Probablemente lo fiche un gigante europeo a una millonada, para sentarlo en menos de un mes y lamentar lo fácil que caen en el marketing de la Fifa; pero nadie le quitará, jamás, lo tapado.

Luis Suarez y otras incorrecciones
Luchito tiene un problema. No sabemos si es canibalismo, un trastorno obsesivo compulsivo o simple estupidez, pero nada tan grave como para merecer el exageradísimo castigo de la Fifa. Esa institución se ha convertido en un verdadero monstruo, adalid de ese gran mal que aqueja a la sociedad moderna, como es la corrección política. La hipocrecía de la Fifa, vendiendo la idea de igualdad, felicidad y amor sin límites que es el fútbol, contrasta con la realidad de desastres económicos a los que contribuyen directamente sus actividades. Este Mundial le ha costado 63 700 millones de dólares al gobierno brasileño (Entre inversiones públicas e inversiones indirectas), lo que no ha pasado desapercibido para el pueblo más futbolero del mundo, que no es, como se ha observado con las muchas protestas, el más estúpido del mundo. Sin embargo, sus turbios manejos financieros, comparables a los del Vaticano, palidecen ante el título de "Árbitro de la moralidad" que se ha arrogado en los últimos años. 

Con tanta banderita del fair play, canciones de ritmos latinos y publicidad lacrimosa, parece que se ha olvidado la esencia del deporte profesional, que es la canalización de la violencia masculina en tiempo de paz. La masa busca sangre, pero cuando no hay guerras se necesita un sustituto y eso lo brinda el deporte, particularmente el fútbol. Los colores de tu equipo reemplazan, efectivamente, a los de tu señor feudal y tu patria luchando con otras es una versión remozada de una guerra mundial.

No somos más que primates violentos y nos matamos a golpes o jugamos a hacerlo y, como en toda guerra, todos los monitos queremos colaborar con nuestro granito de arena en la batalla. Ya sea reventándole el cerebro a un niño desarmado en Afganistán o gritándole puto al arquero del equipo rival. Es lo que hay. 

Particularmente, considero menos peligrosa la agresión futbolera que la militar y pensar que porque prohíban a la masa gritar "negro de mierda" o "maricón" va a acabar con los prejuicios y nos va a convertir a todos en ejemplos de tolerancia. Es como esconder la mugre bajo la alfombra. Pero, claro, lo importante no es el problema en sí, sino las expresiones superficiales: Qué importa mi profundo odio al diferente, que importa si no se me educa para cambiarlo. Lo importante es que no se vea en la televisión. 

Es más, es aún mejor que no tenga forma de canalizar mis frustraciones de trabajador de sueldo mínimo, subeducado e hipermanipulado por los medios para poder servir de carne de cañón en la próxima guerrita en la que se inventará un noble propósito para morir en aras del enriquecimiento del amo de turno.

Pero eso no importa, el fútbol es un negocio y si el mercado dice que la corrección política está in y los hoooligans out, pues así debe ser y a mover las caderas al ritmo de Jennifer López y a golpear a nuestros hijos en privado para no tirar plátanos en las canchas.

¿Qué no hay que permitir expresiones racistas, homofóbicas ni ningún tipo de intolerancia en un espectáculo deportivo para ser mejores personas? Si lo piensas, me retracto, quien sufre de estupidez, no es Luchito Suárez, eres tú. Si realmente llegaramos a ser tolerantes ya no necesitaríamos espectáculos deportivos profesionales.

lunes, 23 de junio de 2014

Italia: La gran favorita de Berlusconi

Italia es sinónimo de elegancia: Valentino, Dolce y Gabanna, la canción del Mundial del 90. Incluso ahora, es casi seguro que Cesare Prandelli se lleve la copa al técnico mejor vestido (Trofeo disputado, apenas, por el look trendy de Joachim Löw).

Es natural, entonces, que su fútbol refleje esa tendencia estética tan natural al habitante de la península. Y a pesar de habersele increpado durante muchos años un juego a la brasileña, tenemos que mencionar a Totti, Del Piero, Roberto Baggio o el mismo Pirlo (Solo en los últimos años) para desechar la idea del fútbol ultradefensivo italiano. ¡Eso es culpa de sus técnicos, no de los jugadores! Así lo ha entendido Cesare y ha decidido no ir contra la genética esta vez, y aprovechar las innegables condiciones técnicas de un grupo que, a partir de la última Eurocopa, se está poniendo a punto para alcanzar a Brasil en el medallero.

EL EQUIPO

Cuando se habla de elegancia, es como si dijeramos Pirlo (futbolística, me refiero; de la otra, es como si dijeramos Beckham). El que convierte a sus compañeros en el ballet Mariinski de San Petersburgo, llega a su último Mundial con la misma clase de siempre, acompañado de futbolistas que no le van muy atrás en exquisitez como Verrati y que aunados a la potencia física de Balotelli podrían protagonizar la mayor injusticia de la Copa, al ser eliminados por Uruguay en la fase de grupos.

LA ESTRELLA

No, no creemos que este sea el Mundial de Pirlo. La lesión de De Rossi, hará que Verrati sea insustituible, lo que permitirá que éste, ya sin la presión de la suplencia, logre lo que nadie ha logrado hasta ahora: Hacer olvidar a Pirlo, con él en la cancha. Claro, si es que no los elimina Uruguay, que allí la estrella será el traje de Prandelli.

El pequeño Verrati tiene un juego notable y decisivo, pero hasta ahora la prensa, que suele mirar los partidos por nosotros, no le ha tomado interés; al cabo no tiene la belleza clásica de un Paolo Maldini o el carácter de diva del antiguo Cassano, ni la coleta mística de Roberto Baggio, asi que muchas camisetas suyas no se venderán. 

Sin embargo, si sobrevive Italia, Verrati se pondrá el equipo al hombro y, quién sabe, de llevarla a la final, de repente y hasta gana un par de solicitudes de amistad en el feisbug.   

LOS RIVALES

Ya hemos visto de lo que es capaz de hacer ese equipo de la CONCACAF ¿Puerto Rico? ¿Guatemala? ¿Haiti?, que los ha vencido a ellos y a los uruguayos robando de manera nefasta un lugar en octavos, que les correspondía a ambos, dejandolos en la penosa situación de eliminarse entre ellos. 

Uruguay, que se agiganta cuando se le trata como equipo chico, ha sufrido el peso de ser el favorito contra el equipo de la CONCACAF, pues su estilo se acomoda a que lo revienten a ataques, como el de Italia; por lo que el partido entre ellos está llamado a ser uno de los más importantes en la historia de los Mundiales. Suarez y Cavani pueden lograr que los italianos alcancen a España en el aeropuerto, para intercambiar postales. 

Inglaterra, la Costa Rica de la UEFA, solo vino a cumplir, y eso lo demuestra al no haber convocado al Maradona de las Islas Británicas, Peter Crouch; por lo que, ni siquiera merecen que hablemos de ellos.

PRONÓSTICO

Si logran eliminar a Uruguay, cosa muy difícil, el camino hasta la final está servido; pues no hay equipo que pueda causarle los problemas de los orientales. Eliminará sin despeinarse a Brasil, en semifinales y perderá la final contra Messi. 

Prandelli, por supuesto, nunca perderá la elegancia y saludará dignamente a los campeones.