martes, 4 de marzo de 2014

El Lobo de Wall Street: Suave como una brisa de verano

Los niños, ilusamente, suelen ver a la adultez como una etapa mágica y sueñan con el momento de entrar en ella convertidos en bomberos, policias, médicos, jugadores de tenis, estrellas de rock o princesas; podremos encontrar algunos científicos y, quizás, un arquitecto, que no por nada vivimos en un mundo de burbujas inmobiliarias (Si hallamos a alguien que sueñe con ser abogado, es que debe tener el 666 en la frente como marca de nacimiento y haber sido amamantado con sangre de cachorros desde su más tierna infancia).

Para ellos, el futuro equivale a libertad, independencia, aventura; y, no a la monotonía de un trabajo de oficina que te mantenga sentado frente a una computadora desde que sale el sol hasta que cae la noche, realizando el mismo trabajo repetitivo año tras año, y esperando el fin de semana para emborracharte y comprar un nuevo gadget en el Mall para sentir que vas progresando (que probablemente te sientas como culo de estreñido pero en las brumas del licor y la admiración hipócrita de tus amigos ante tu carro nuevo reafirmas la convicción de que vas por el camino correcto y que ya tendrás tiempo de disfrutar de la vida, que ésta empieza, recién, a los setenta).

Es por eso que si le preguntas a un niño, éste jamás te contestará: "Yo de grande quiero ser burócrata"; pero por lo menos 7 de cada 10 astronautas potenciales terminarán dedicándose al apasionante oficio de los trámites, ya sea en el campo público o privado.

Sin embargo, hay un grupo de personas, que muy pronto dejan de lado cualquier inquietud filosófica judeo cristiana y descubren que este valle de lágrimas tiene menos lágrimas (y es más cercana a esa fantasía infantil) cuando la vives en tu propio yate en el Mediterráneo y la condimentas con drogas y sexo a mansalva. Es así que, en lugar de preguntarse cosas como: ¿Dónde vamos? ¿Qué hacemos aquí? se cuestionan cuántos millones podrán ganar hoy. Claro que para alcanzar tal nivel de comodidad, no basta con el duro trabajo de sol a sol, que eso solo te alcanza para no retrasarte con la hipoteca y para vivir una gris y mediocre vida matizada, apenas, con el hastío, las enfermedades y el envejecimiento.

Ellos pertenecen a un nivel diferente. Ellos no piensan juntar ahorros durante veinte años para darse "un gustito". Tienen que conseguirlo todo, absolutamente todo, y mientras más rápido mejor, que el tiempo no está para desperdiciarlo. Por eso, tales personajes suelen tener elementos comunes, claramente identificables como: Una enorme fuerza de voluntad, unos estándares de moralidad bastante laxos, un magnetismo gigantesco y, claro, una gran idea o, al menos, un gran talento y saber como utilizarlo para asestar el golpe preciso en el momento perfecto. Si, además, no te tiembla la mano a la hora de traicionar a tus supuestos amigos y de explotar niños al otro lado del mundo, puedes convertirte en un visionario santificado, como Steve Jobs.  

Justamente Jordan Belfort, el lobo de la película, era uno de ellos: Un aspirante a dentista que cuando descubre que las bocas de los demás no lo harán millonario decide convertirse en broker de Wall Street, con tan mala suerte, que inicia su trabajo el Lunes Negro (19 de octubre de 1987), dia nefasto para las bolsas de valores del mundo, lo que ocasionó la quiebra de su empresa; situación que le obliga a replantearse el futuro y, en lugar de rendirse y convertirse en otro white trash sustentador del american dream ajeno, decide tomar al toro por las astas y utilizar las falencias del mercado bursátil en beneficio propio hasta evoluciona de ser, originalmente, un birlador de ahorros de jubilados y amas de casa esperanzados en el sueño del millón propio, hasta convertirse en el presidente de Stratton Oakmont, empresa con más de mil trabajadores especializados en birlar los ahorros de grandes inversionistas, con tan buenos resultados, que en un par de años gran parte de dichos trabajadores se convierten en millonarios. Porque, eso sí, a pesar de que la crítica señale a Jordan como un egoísta manipulador interesado en su beneficio personal, la película lo muestra como un hombre preocupado en el bienestar de su entorno cercano, haciendo lo indecible por su satisfacción (La escena en que la alta dirección de la empresa decide la contratación de un enano para jugar tiro al blanco, con una seriedad que esperaríamos en una comisión multinacional que decidiría el destino de Ucrania, es por demás paradigmática). 

A pesar de ese guiño displicente del director, la historia es típica en el sentido de ser una narración de la llegada del héroe al éxito casi instantáneo, su disfrute hedonista de todos los placeres posibles, la posterior caída en los infiernos a la que le lleva el disfrute de todos los placeres posibles, la expiación y la renuncia a todos los placeres posibles. Por si fuera poco, también tenemos una cuota de redención (criticada por muchos, como un defecto recurrente producto de una sensiblería senil de Scorsese, a pesar de ser, simplemente, parte de las memorias de Belfort, en las que está basado el filme) convirtiendo al delincuente en un modelo a seguir mediante, como no, una carrera de conferencista motivador y escritor de libros de autoayuda (que no es que esté muy lejos de la venta de humo que era su negocio original).

A pesar de que una enorme multitud parece ver en el filme una critica al despiadado mundo de los mercados bursátiles y a la forma en que se han convertido en la industria más poderosa del mundo (cuya única materia prima es la esperanza, que ni el narcotráfico, que por lo menos necesita de drogas), la verdad es que si hay algun juicio negativo, es en realidad, respecto al multimillionaire way of life y a sus excesos, como un inmenso comercial de la DEA. Pero, ni remotamente se encuentra algún tipo de reproche al proceder de los comerciantes de valores (los legales, claro) quienes son presentados como aventureros de buen corazón (como Mc Conaughey) y como víctimas inocentes de ese sistema tan poco protector a los hombres de bien, que no impide la caída de las firmas buenas y permite el surgimiento de informales destructores como Belfort. 

La historia deja en claro que las estafas del lobo nunca hubieran tenido lugar, si el Estado hubiera realizado un rescate financiero de las empresas formales que quebraron. "Hubiera sido por su bien, ahora aténgase a las consecuencias" parece decirnos, subliminalmente, la película. 

Afortunadamente, hemos aprendido la lección. Y, ahora, por mucha crisis económica que haya, los países empobreceremos a nuestras clases medias y pauperizaremos a los pobres; pero, jamás dejaremos que una empresa financiera o bursátil vuelva a quebrar sin luchar hasta el final con el apoyo de nuestros impuestos; que, el desempleo y la falta de unos sistemas de salud y educativo funcionales son irrelevantes. Todo sea porque nunca vuelva a surgir un lobo de Wall Street y la riqueza se quede donde pertenece.

Con esta película Scorsese ha comprobado su vigencia, reinventándose con un cine moralista y reaccionario, pero que no se priva del efecto mediático de las tetas y las drogas, como hacían esas peliculillas panfletarias de los cincuentas, que eran un festival de soft porn, disfrazadas de manifiestos contra el pecado; con lo que, el buen católico de Martín engrosa nuestra lista de directores sobrevalorados.

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