martes, 16 de junio de 2015

Interstellar: Cuando el desarraigo tiene forma de agujero negro

Christopher Nolan es el mejor director comercial que existe en la actualidad. Quizás no es el más taquillero ni el más talentoso; pero, es el único que tiene, en este momento, la capacidad de mantener pegados a sus asientos durante tres horas a un niño de 10 años con un leve trastorno de hiperactividad con déficit de atención y a un tipo que lleva 150 años de atemporalidad en su mente; y, hacer que ambos derramen una lágrima o se estremezcan por igual ante la desgarradora intensidad de algunas de sus escenas. Ya pasaba en Memento, en The Dark Night y en Inception. Sin embargo, en estos tres casos, conmover y entretener era más sencillo pues sus argumentos son mucho más originales que el de su última película: Interstellar.

En este caso, a pesar de tratarse de Nolan; mi expectativa sobre el filme apenas consistía en que no fuera un bodrio pedante y aburrido como "2001" o un festival de efectos especiales sin ningún contenido, como Gravity y que la pareja que del interminable ¿Y qué quiere decir eso amor? no se sentara delante; pero terminó gustándome tanto que no dudaría en tatuarme en el antebrazo izquierdo el póster promocional de la película de encontrar un precio justo, claro. Si acaso tuviera que criticar algo, sería tan solo que la última parte de la cinta es una increíble y espantosa porquería que firmaría como propia el mismísimo Michael Bay, que el final es terriblemente predecible y algunas partes del guión causan una vergüenza ajena casi comparable a la que logra "Cementerio General" en todo su metraje. 

Pero estas son cosillas menores, a las que ya nos tiene acostumbrados Nolan; pues, como lo dije anteriormente,  es el mejor director COMERCIAL, lo que significa que por mucha introspección, pensamiento político subliminal y cierto escepticismo ante los principios occidentales tradicionales; al final nos tiene que brindar una moraleja comprensible para todo público, de preferencia apelando a tontorrones valores estadounidenses, pues siempre hay que pensar en el financiamiento de la próxima película.


Volviendo a Interstellar, aunque se disfrace de ciencia ficción, en realidad es una película que trata sobre la mortalidad, el paso del tiempo y, sobre todo, el abandono parental en familias disfuncionales. El personaje principal, es el equivalente en astronauta del padre que va a comprar cigarrillos a la esquina y 45 años después todavía no ha vuelto. Claro que en su caso, está más que justificado puesto que la tienda de la esquina quedaba a un buen puñado de años luz de su casa. Allí, justamente, se encuentra el dilema moral, o mejor dicho, el conflicto emocional: ¿Vale la pena abandonar a tus hijos, renunciar a verlos crecer, a apoyarlos en el proceso de maduración, dejarlos sin padre y con la herida marcada de ese abandono, por una causa, aparentemente, superior, como la salvación del mundo o alcanzar el sueño del planeta propio? ¿Vale la pena sacrificar a la humanidad por tus hijos? ¿Vale la pena sacrificar a tus hijos por la humanidad? ¿Qué actitud es más egoísta? ¿Existe la posibilidad de que no termines siendo egoísta sin importar tu decisión?

En el caso del protagonista, la decisión es la salvación del mundo y las consecuencias terriblemente trágicas de su elección se plasman en dos escenas: La despedida sin siquiera un abrazo de la hija a la que no verá más  y que no entiende porqué tiene que dejarla (Claro que es un poco complicado decirle a una niña que si no se va, el lugar donde está parada y ella misma no serán más que polvo en pocos años); pero sobre todo, la escena en qué regresa del planeta cercano al agujero negro (donde cada hora de estadía representa siete años en la Tierra, debido a las distorsiones temporales) y  mira los vídeos que le llegaron y, de golpe, se da cuenta de lo que hasta ese momento no había racionalizado: Su pérdida es para siempre. Sus hijos han pasado toda su vida sin él y ya no hay vuelta atrás. La imagen de McConaughey entre risas y lágrimas muestran su dolor de una manera tan demoledora, que, en ese momento, todos sabemos que la decisión que tomó fue la incorrecta. El resto de la película ya no importa nada.