sábado, 25 de febrero de 2017

La, la, land: El Amor es un Cuento (O un musical)

Cuando vi que La, la, land había alcanzado el récord de 14 nominaciones al Óscar, casi tuve la certeza de que estábamos ante la reactualización de ese bodrio insufrible (Ganadora de Óscar, por supuesto) que es Shakespeare in Love. Si hubiera tenido como protagonista a la insoportable Gwyneth Paltrow no me hubiera molestado ni en escupir en su póster promocional; pero en su lugar estaba la, generalmente, entretenida Emma Stone; además, Ryan Gosling, el perdedor más cool del cine contemporáneo. 
Por si fuera poco, el director Damien Chazelle, ya en esa joya minimalista  que es Whiplash nos había demostrado que si hace cine es para que el vulgo, que usualmente rasga sus oídos con esas gilletes que representan Kanye West o Selena Gómez (O el Shaky Shaky  o Maluma) escuche jazz (que, ¡Oh, sorpresa! no había sido solo el nombre del amigo del príncipe del rap). 
Así que, con ciertas reservas, había que darle una oportunidad a su visionado.
El resultado fue más allá de lo esperado. Si bien estamos ante una historia predecible (Y sí, sospechosamente parecida a Shakespeare in Love, incluso en el final de un amor no por falta de amor); la película nos ofrece, también una banda sonora increíble, tremendamente emocional  (salvo un par de musicales infectos puestos con calzador para que quede claro que estamos ante un "homenaje" a la "Edad Dorada" de Hollywood) y llena de jazz por todo lado. También está City of Stars, una canción que está destinada a convertirse en uno de los pocos clásicos románticos que no provocan arcadas (como si lo hacen My heart will go on o I will always love you). Justo con esta canción asistimos al momento más emotivo de la película (aún más que el final) cuando Sebastian toca el piano y Mía canta con él. El juego de miradas, las risas que interrumpen la canción. El conjunto de todos los elementos nos hace pensar en un amor sin drama ni tragedia, un amor sencillo y cotidiano al que le importan muy poco los planes, los objetivos, las cláusulas no escritas del contrato que es en verdad una relación. Por supuesto, como en la vida, ese amor dura lo que un suspiro.
La otra escena emotiva, se da, como cualquiera que haya visto la película lo sabe, al final, con esa retrospectiva al "pudo ser" de los personajes mientras, como no, la música nos hace sentir que somos nosotros quienes estamos teniendo los recuerdos, terminando en una desgarradora imagen de Sebastian tocando las notas finales de City of Stars (Que de pronto ya no es la canción de amor, sino la de nostalgia, la de despedida, la de soledad). A propósito, si bien puede parecer que se nos dice que las cosas terminaron entre ellos fue porque tomaron decisiones equivocadas; la verdad es que la escena es más una mala representación del "eres arquitecto de tu propio destino" porque salta a la luz que son muy pocas las cosas que, de verdad, pudieron haber cambiado y que, seguramente, no hubieran influido en su separación.
Vemos, entonces, que la película es lo suficientemente mediocre para ganar no uno, sino una mochila llena de Óscares (Ya sabemos que últimamente la mediocridad es el requisito central para su obtención), pero que musicalmente cumple sobradamente.
Sin embargo, debemos aclarar que el cine difícilmente es inocente, salvo que se trate de filmes increíblemente malos como los de Leónidas Zegarra. Por lo general, y más aún en una película CONSTRUIDA para aspirar a todos los premios y al fervor del público, lo que menos se espera es que pase desapercibida para lo profundo de tu psique (de tu lado consciente solo importa que pagues la entrada) y es mucho más lo que esconde que lo que muestra. Entonces ¿De qué trata realmente La, la, land? Primero que nada, es necesario recordar la influencia de la política en el cine comercial estadounidense. Mucho de lo que se filma y comercializa está influido directamente por el entorno socio político, especialmente cuando este es conservador. Así tenemos la inmensa popularidad de los héroes de acción nacionalistas en los ochenta, cuando el régimen de Reagan estaba en su apogeo. Lo mismo podemos decir de los musicales en el período de la caza de brujas de McCarthy, que era la mejor forma de no arriesgarse a la censura y, de paso, alabar los valores judeo cristianos del "american way of life", con pasitos de baile y felicidad forzada (y muy, pero muy poco uso de neuronas para entender películas que la mamá gallina del gobierno se encargaba de digerir por el pueblo).
¡Un momento! -seguramente me detendrán y agregarán sabiamente -¿Si La, la, land es un musical, estás diciendo que, en realidad, se trata de un producto destinado a la estupidización masiva utilizando métodos clásicos y manipulación emocional con el fin de exaltar valores conservadores que han vuelto a salir a la luz en una sociedad xenófoba y prejuiciosa que acaba de elegir como presidente a Trump, con lo que se inicia una era de neo fascismo comparable a la del bendito Mc Carthy? Y sí, queridos lectores, no lo hubieran podido decir más claramente, así que solo me queda aclarar unos puntos, para los pocos despistados que aún ven en ésta, simplemente una historia de amor convencional matizada por dulces melodías.
1° Trump es un comerciante, un hombre de negocios y su cosmovisión monetaria se ha convertido en un paradigma (No gracias a él. Él es, simplemente, el resultado de tanto reenginering, de "el cielo es el límite", de "dar el ciento veinte por ciento" y estupideces similares cuyo fin es la esclavización voluntaria y feliz de los consumidores). Es por eso que, si bien se nos cuenta una historia de amor, se deja en claro que ésta tiene que terminar porque es incompatible con la consecución de los objetivos profesionales de los protagonistas. Ambos son un lastre en sus objetivos empresariales (entendiendo sus talentos como "su empresa") y tanto besito, ternura, cancioncitas y bailecitos estuvieron bien, pero ha llegado el momento de madurar y convertirse en elementos productivos de la sociedad porque cuando uno está enamorado, te importan una mierda la buena marcha del sistema y la compra compulsiva de objetos como sustituto de la felicidad, y tu productividad un tanto de lo mismo, así que ya, a mirar para adelante sin penas, que lo mejor está por venir una vez que renuncias a esas banalidades sentimentales.    
2° Trump, además de práctico, es un "hombre de familia" y entiende que el fin de una pareja es la procreación, pero no la de razas inferiores, de adolescentes o de white trash, ¡No! Procrear, tal como lo enseña la Biblia es la concepción de hijos caucásicos en hogares millonarios, con el fin de amaestrarlos para cuidar las pertenencias del 1% al que pertenecen. Entonces, en el filme vemos que Mía se casa con un presumible productor de cine, ella misma es una estrella famosa, así que al haber alcanzado "el éxito", se puede permitir la procreación de una hija. Los pocos segundos que asistimos voyeurísticamente a su vida familiar, vemos la cordialidad desapasionada que se espera de "una familiar bien" donde el deseo ocupa el lugar 78 de las prioridades domésticas. Sebastián, por otro lado, también ha alcanzado sus metas, pero al no cumplir el standard mínimo de la fertilidad productiva que se espera de un elemento consciente de la sociedad, se nos muestra más solo que la una; pero, claro, satisfecho con su lugar de macho gamma (que come bien pero que no consigue a la chica), lo que se grafica en la sonrisa final que se dedica la ex pareja. Él parece decirle: "estoy orgulloso de haber gozado de tus carnes temporalmente, sabiendo que, tarde o temprano, serías fecundada por un macho alfa de verdad, para que su estirpe siga predominando sobre la plebe" y ella: "vengo otro día para que nos acostemos, que nada tiene de malo la satisfacción carnal si mantengo impecables mis funciones de madre, esposa y mujer entrepreneur". Por otro lado, como dije "el fin de una pareja es la procreación" en esta era "neocon", así que en todo el metraje no aparece ni un solo homosexual.
3° Trump ya nos ha dejado en claro que no solo el reino de los cielos sino el imperio en la tierra pertenece a los hombres blancos, así que solo aquellos de tal ascendencia tienen que pensar en el ascenso social. Por eso se nos muestra a Sebastian como un pianista fracasado, pero siempre con el sueño de abrir un bar de jazz (hasta que lo logra, una vez pone en claro sus prioridades); mientras que los músicos negros que van apareciendo durante toda la película, son felices en su lugar de obreros remunerados, sin plantearse en ningún momento su paso a la participación y beneficios del capital. "Un negro es feliz entreteniendo a sus amos blancos, como siempre ha sido y debe ser" nos dice subliminalmente La, la, land. El único personaje no blanco que tiene éxito es el compañero escolar de Sebastian que lo recluta para su grupo, y claro, se deja en claro que sus experimentos sonoros tienen como fin destruir la música y el alma del blanquísimo Sebastian, quien, afortunadamente, entre en razón luego de un tiempo. Respecto a latinos, parece que no existieran, lo que es curioso en una ciudad en la que te puedes pasar la vida sin hablar una palabra de inglés.
En suma, la película no es un tributo al "Hollywood clásico", sino al nuevo gobierno estadounidense y al pasado marginador, machista, segregador  e hipócrita que trata de reponer el anaranjado gobernante. Gracias a eso, La, la, land se asegura varios Óscares, pero, también, un lugar en el panteón de las películas más reaccionarias y la primera de esta nueva era. Al menos nos queda la música.