viernes, 1 de diciembre de 2017

El Cuento de la Criada: El País que Trump quisiera

 La caída del comunismo fue tan rápida, que no le dio tiempo a Occidente de crearse un enemigo a la altura, para justificar los elevadísimos gastos en armamento, el neocolonialismo en aras de la "libertad" y la explotación de sus propias masas con un nada sutil pero efectivo "trabaja duro, que la otra opción es mucho peor. 
Sin un enemigo externo de importancia, es probable que la gente hubiera empezado a cuestionarse la validez de un sistema que se sostenía en el hiperconsumo y en la deuda. Ante tan monstruosa posibilidad, solo quedaba un recurso, uno que no había sido utilizado en años: El enemigo religioso (Debido sobre todo que mucho de la propaganda capitalista se sostenía en la libertad absoluta de credo).  
Demás está decir que esta opción ha probado una tasa de efectividad increíble a lo largo de los siglos, teniendo como única pega que, casi siempre, el celo religioso termina excediendo con mucho el nivel ideal para mantener a las masas tranquilas y así, como quien no quiere la cosa, nos vemos envueltos en yihads, cruzadas, exterminios étnico-religiosos varios y surgimiento de oleadas de "espiritualidad" que terminan constituyendo sectas a cual más pérfida. 
Pero como con las papas fritas que te comes cuando piensas iniciar la dieta, la satisfacción de la necesidad inmediata suele privarnos del más elemental raciocinio (Ya sea que se trate de un gordito hambriento o de un sistema socio económico desesperado por eternizarse), así que, a culpar a los musulmanes de todos los males del mundo, generar una sensación de pánico permanente, la que crea un maridaje perfecto con la xenofobia y el nacionalismo más burdo, y ya podemos incrementar el gasto en armamento (tenemos que protegernos), invadir países estratégicos política o económicamente (debemos hacerlo antes que lo hagan ellos) y reducir la mayor cantidad posible de libertades internas (el enemigo puede estar entre nosotros y el gobierno debe saberlo para protegerte). 
Pasamos, así, a un estado policial y restrictivo (y esta vez, alegremente aceptado como si tuviéramos a la mitad de la liga de la justicia de guardaespaldas) y parece que todo salió de maravillas para el sistema; pero, la Ley de Murphy no perdona ni a las superpotencias y algo, siempre, sale mal. En este caso, el miedo al Islam legitima los fundamentalismos de andar por casa y, de pronto, casi sin darnos cuenta, nos hallamos rodeados de fanáticos religiosos de toda calaña, que, al igual que sus hermanos en imbecilidad musulmanes, consideran que ya basta de libertinajes y que ha llegado el momento de postrarnos humildemente ante su dios, renunciar a herejías y vivir la vida santa que a "Él" le place, lejos de depravaciones homoeróticas, sacrificios de niños (eso a los que los ateos le dicen abortos) y, sobre todo, esa abominación llamada ciencia (para que nos sirve, si toda la sabiduría se halla en "el libro sagrado"). 
Al principio, lo tomamos un poco a broma: "Mira esos catecúmenos como bañan a sus niños a media noche con agua helada para bautizarlos" "Mira como esos sodálites tienen esas barbitas tan graciosas" "mira como esos gringos creen que la Tierra es plana "Mira como ese grupo de loquitos new age deslegitima la evolución y las vacunas con su "consciencia astral". Pero, poco a poco, observamos con terror que ya no son grupúsculos insignificantes, que el extremismo místico y religioso se va convirtiendo en la norma. ¡Hasta los católicos de "yo creo en dios a mi manera", de toda la vida, empiezan a ir a misa los domingos! ¡Ya ni me asombraría que resucite el Partido Popular Cristiano! 
Y en el país que tiene a bien regir los destinos del mundo, las cosas van aún peor: El nivel de idiotización colectiva ha llegado a tal punto que han elegido a Trump como el "Christian Champion" que guiará las huestes del bien en su lucha contra los demonios del Islam; pero, al mismo tiempo, van adoptando comportamientos y valores que no distan mucho de aquellos que, aparentemente, combaten. Difícilmente se dan cuenta que tienen más en común con los adoradores de Alá que con los principios que, al menos en el papel, dice representar su nación. 
Hasta aquí hemos llegado en el 2017; pero en el año 1985, la escritora Margaret Atwood se adelantó a todo esto y creo una ficción que suena estremecedoramente cercana, en la que luego de graves actos de terrorismo, el gobierno estadounidense deja de existir y es reemplazado por una teocracia que obliga a todos los ciudadanos a vivir tal como la Biblia lo exige (Y, aunque no lo creas, amigo cristiano liberal, nada en tu forma de vida se asemeja a lo que el librito de marras ordena). Así, lesbianas, homosexuales, divorciados, ateos, cristianos de facciones diferentes, judíos, y todo aquel que no se amolde a "la palabra de dios" es asesinado, encarcelado o expulsado del país (Esto últimos sólo para judíos, y sólo si corren con mucha suerte). Las mujeres pasan a tomar un papel de sumisión absoluta ante los hombres (si, querido lector/lectora, eso dice en la Biblia. No estaría de más que le eches una ojeada) por lo que deben pertenecer a un hombre en calidad de esposas, sirvientas o "criadas". Estas últimas son las divorciadas, lesbianas, esposas de segundas nupcias, convivientes o solteras sin padres que se hagan cargo de ellas que, se convierten en una especie de vientres de alquiler (sin paga) para las esposas, ya que la mayoría de ellas son estériles. Claro que como la inseminación artificial es pecado, la concepción se realiza por el mecanismo clásico, con el esposo y la "criada" copulando (nunca mejor usada tan clínica palabra) con esta última apoyada en las piernas de la esposa, como una especie de ménage a trois místico y sin nada de pasión, que sólo la perversión religiosa podría concebir. El argumento para este tipo de explotación sexual lo encuentran, como no puede ser de otra manera, en la Biblia, específicamente en la historia de Sara y Agar. 
La historia muestra no solo el estado irracional al que te puede llevar la religión cuando te la tomas muy en serio; sino, otros aspectos, algunos evidentes, como la enorme hipocresía que esconde esta teocracia (completamente inviable en un sentido puro, por antinatural); pero, también algunas actitudes que nos pueden dejar alelados por lo pavorosamente ciertas que pueden llegar a ser (y esto sí, debido a la tendencia a pertenecer que tenemos todos los simios), como la aceptación de las criadas a su nueva condición, con los prejuicios, miedos y conspiraciones que conlleva el dejar de ser las personas que fueron apenas unos años antes. Finalmente, nos acostumbramos a todo y, una civilización como la que describe "El Cuento de la Criada" ya se vive, sin muchas diferencias, en buena parte del Medio Oriente. Lo espeluznante, es saber que, en este momento, no estamos tan lejos de lo mismo.
También hay una serie basada en el libro, pero la verdad, nunca la he visto.